Mi padre cuando
anciano llevaba en su cabeza
el polvo de los
libros y del camino de la vida.
Capeaba
sereno todas las tempestades,
y confrontaba de
la suerte las horas desgraciadas,
Él pasaba, como
Cristo el Tiberíades,
de pie sobre las
olas encrespadas.
Secaba su llanto a
escondidas,
Me dijo hace
muchos años:
«A quien es bueno,
la amargura
jamás en llanto
sus mejillas moja.
»Haz el bien sin
temer el sacrificio:
el hombre ha de
luchar sereno y fuerte,
y hallara quien
odia la maldad y el vicio
como tálamo de
rosasla hora de su muerte.
»Si eres pobre,
confórmate y sé bueno;
si eres rico,
protege al desgraciado,
y lo mismo en tu
hogar que en el ajeno
»Ama la libertad,
porque libre es el hombre
y su juez más
severo, su propia conciencia;
tanto como tu
honor guarda tu nombre,
Este código nunca
se me olvida, en mi alma vive,
desde que lo
escuché y quedó grabado;
en todas las
tormentas fue mi escudo,
Mi padre tenia en
su mirar sereno
el reflejo fiel de
su conciencia honrada;
¡Cuántos consejos
cariñosos y buenos
sorprendian en el
fulgor de su mirada!
Fue mi ideal
emularlo y resguardar su humildad
en la página más
grande de la historia.
Rendí culto a su estirpe con cariño
Y a su la muerte
quise que al honrar su nombre,
fuera el amor que
me inspiró de niño
la más sagrada
inspiración del hombre.
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